martes, 5 de junio de 2012

AUSTRALIA


Australia: 1 mes conduciendo, todo grande, todo impresionante. Sin palabras. Volveré.


"La gracia de Ayers Rock es que cuando finalmente llegas allí ya estás un poco harto de ella. Incluso cuando estás a 1.500km de distancia, no pasa día en Australia que no la veas cuatro o cinco veces –en postales, en pósters de las agencias de viajes, en la cubierta de los libros de fotos- y cuanto más te acercas a la roca, la frecuencia con que la ves aumenta. O sea que eres consciente, cuando llegas a la entrada del parque y pagas la ambiciosa tarifa de entrada de 15 dólares por cabeza y sigues el camino que te conduce a ella, de que has recorrido un trayecto de 2.000km para mirar un objeto grande, inerte y en forma de piedra que ya has visto retratado mil veces. En consecuencia, tu estado de ánimo cuando te acercas al famoso monolito es moderado, falto de expectativas o incluso pesimista.
Y entonces lo ves y te quedas atónito.
En medio de una memorable e imponente aridez se alza un promontorio de una nobleza y majestuosidad excepcionales, de 350m de altura, 2.5km de largo. 9km de circunferencia, menos rojizo de lo que te habían hecho creer las fotografías, pero en cualquier otro sentido mucho más seductor de lo que te imaginabas. Lo he comentado desde entonces con mucha gente, y han estado de acuerdo en que se habían acercado a Uluro con una cierta fatiga, pero se habían emocionado de una forma que no eran capaces de expresar. No es que Uluru sea más grande de lo que te esperabas o más perfectamente formado ni diferente a la idea que tenías preconcebida, sino todo lo contrario. Es exactamente lo que te esperabas. Conoces esa roca. La conoces de una forma que no tiene nada que ver con los calendarios y la cubierta de los libros. Tu conocimiento de la roca está basado en algo mucho más elemental.
De una forma curiosa que no puedes comprender ni expresar, te sientes unido a ella con una familiaridad que no te resulta familiar. En algún lugar profundo de tu ser, un fragmento largo tiempo dormido de memoria ancestral, algún cabo perdido de ADN se ha agitado o removido. Es un movimiento demasiado débil para ser entendido o interpretado, pero estás seguro de que esa gran, imponente e hipnótica presencia tiene una relevancia vital para la especie – y además en una especie de estado larvario y que tu visita es algo más que una casualidad."
Bill Bryson, "En las antípodas"


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